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¿De qué material está hecha tu ropa? Echa un vistazo a la etiqueta de lo que llevas ahora puesto y verás que probablemente estará confeccionada con fibras sintéticas derivadas del petróleo. También es probable que, sin saberlo, cada vez que las pones en la lavadora, estés contribuyendo a empeorar la salud de los ríos y mares
Y es que investigaciones científicas recientes nos enfrentan con el demoledor resultado de que más del 80% de los microplásticos en el mar son microfibras procedentes de la fabricación, lavado y uso de ropa sintética, pobladores habituales de la mayoría de nuestros armarios.
Además, es este formato de microplástico el que consumen con más frecuencia las especies marinas, con consecuencias nefastas sobre su biodiversidad.
El problema está presente en todas las zonas marinas del planeta y afecta tanto a aguas costeras como a fondos marinos, donde se acumulan millones de toneladas en forma de sedimentos procedentes, en gran parte, de nuestras lavadoras. Si, como aseguran los expertos, cada prenda puede desprender hasta 700.000 microfibras durante lavado, no es difícil imaginar las cantidades que a diario circulan por las tuberías rumbo al mar.
The Ocean Race, una iniciativa pionera que combina ciencia y navegación deportiva, y que reúne datos para elaborar el “mapa marino del plástico”, constata los hechos: en las 36 muestras recogidas el pasado verano a lo largo de 6 semanas, desde el Mar Báltico hasta el Mediterráneo, los microplásticos son omnipresentes, con predominio de microfibras, y el resto procedentes de la degradación de artículos como botellas o envases, o microesferas plásticas utilizadas en productos cosméticos como exfoliantes o pasta de dientes.
En España, tanto el Atlántico como el Mediterráneo sufren la invasión plástica, siendo este último objeto de especial preocupación por su condición de mar cerrado y con mucha presión humana.
Los estudios muestran que el Mediterráneo occidental, entre la costa española y las islas Baleares, es zona mayor acumulación de microplásticos por efecto de las corrientes, y, en algunas zonas de la costa de Cataluña, se han encontrado acumulaciones muy altas, e incluso cogollos de microfibras asociados a materia orgánica y plancton.
Las fibras de poliéster son las dominantes en los fondos marinos, mientras que los fragmentos de polietileno y polipropileno son los más frecuentes en las playas.
Capítulo aparte merece los efectos sobre la salud humana de algunos aditivos utilizados en el procesado textil, que actúan como disruptores endocrinos, “hackeando” nuestro sistema hormonal.
Así lo lleva constatando desde hace décadas un equipo de investigadores de la Universidad de Granada, dirigido por el catedrático de Medicina Nicolás Olea, que subraya las afecciones sobre mujeres embarazadas y bebés —sobre todo si, como afirma el Dr. Olea, en los primeros mil días de la vida de una persona se decide su configuración como adulto— por lo que evitar la contaminación ambiental es clave, por ejemplo, en la ropa del bebé.
El slogan de la campaña de divulgación de resultados “¡No te comas los calcetines!” que llevó a cabo este equipo en 2019 resulta bastante elocuente.
El impacto ambiental de la industria textil se conoce desde hace años. Campañas de alcance mundial como la de Ropa sin tóxicos de Greenpeace pusieron de manifiesto los procesos contaminantes que conlleva la industria de la moda, desde la producción y tratamiento de fibras sintéticas, hasta el lavado y teñido de todo tipo de prendas y gestión de los residuos que generan.
Un mercado que se ve agravado por la fast fashion que obliga a mantener la maquinaria siempre en marcha, fomentando un consumo compulsivo de ropa a bajo precio pero que conlleva un alto coste ambiental y social. Sin ir más lejos, hace pocos meses las imágenes del cementerio de ropa de Atacama en Chile dieron la vuelta al mundo causando una gran consternación. Pero, ¿es posible vestirse sin contaminar?
Las fibras naturales como solución
La respuesta es sí, y una vez más nos la ofrece la naturaleza: la vuelta a las fibras naturales y biodegradables es sin duda la solución para conseguir una moda sin plástico.
La innovación industrial ha multiplicado las alternativas de fibras de origen vegetal o animal que podrían fomentar una producción textil responsable y sostenible. Algodón, lino, sisal, coco, bonote, cáñamo, hongos y muchos otros derivados de vegetales o seda, alpaca, angora, cachemira, mohair o incluso pelo de camello derivados de animales. Las opciones son múltiples.
Desde Trashumancia y Naturaleza apostamos por la lana por ser un material renovable, reutilizable y 100% biodegradable.
Además, sus propiedades térmicas, aislantes, impermeables e ignífugas la convierten en una materia prima muy versátil y con múltiples usos industriales. Eso sin hablar de los beneficios sociales y ambientales que genera su producción bajo sistemas extensivos y pastoriles.
Las ovejas domesticadas por el ser humano desde hace miles de años ya no pierden su lana de forma natural y necesitan ser esquiladas por su propio bienestar y salubridad. Así que es un recurso disponible que si no se aprovecha se convierte en residuo, impidiendo cerrar ciclos.
La lana: un material con un potencial por aprovechar
A pesar de que los precios internacionales de la lana han aumentado por las previsiones a largo plazo en nuevos usos industriales, continúa siendo un material infravalorado y cuya gestión como residuo supone muchas veces un quebradero de cabeza para los ganaderos.
Uno de los problemas de fondo es que se considera un “subproducto” ganadero en lugar de un “producto” que, con frecuencia, pasa a ser “residuo”, por la imposibilidad de venderla o si quiera de que la recojan. Así que la lana, en lugar de convertirse en fuente de ingresos para los ganaderos, pasa a ser un coste.
Hoy por hoy, el mercado lanero mundial está controlado por países como Australia, que marca los precios, y China, que es el principal transformador mundial.
De hecho, el 80% de nuestra lana de uso textil “en sucio” (es decir, sin procesar) se vende a China a bajo precio, que vendrá devuelta en forma de productos acabados y con un precio mucho más alto.
Merece la pena reconsiderar esta situación de total dependencia de mercados y actores del exterior en un momento en que la demanda mundial de lana está creciendo, en parte debido a nuevas inquietudes de los consumidores que empiezan a optar por fibras naturales.
En algunos casos, es la propia industria la que canaliza esas tendencias y un buen ejemplo es el tirón sobre la demanda que ha provocado el cada vez más frecuente uso de lana en la fabricación de ropa deportiva.
Por otro lado, el tema de la trazabilidad tiene cada vez más peso en los consumidores, interesados en saber cuáles son las condiciones en que se produce esa lana, si tiene impactos ambientales y sociales negativos o, si por el contrario, mediante la compra de ese producto se está apoyando causas justas.
Y esto supone una gran oportunidad para potenciar el uso de lana local y convertirla en una vía más de ingresos para sistemas ganaderos muy beneficiosos para el medio en el que se desarrollan. Sencillamente, la lana pasaría de ser “residuo” a ser “producto” en tendencia.
Si además tenemos en cuenta la enorme versatilidad de la lana es fácil inferir la ineficiencia de la situación actual.
Además del uso textil, la lana tiene aplicaciones menos conocidas como en la fabricación de muebles, en la construcción como aislante térmico, en la agricultura como fertilizante, en la industria farmacéutica cosmética y otros usos experimentales con gran potencial en el campo medioambiental como la producción de bioplásticos, floculante en la depuración de aguas o absorbente en derrames de hidrocarburos.
En Escocia se lleva tres décadas utilizando lana de oveja como base en los firmes de los caminos en zonas protegidas, en lugar del empleo de malla plástica.
En base a los buenos resultados, ahora también se están empezando a utilizar en Irlanda aunque, al parecer, esta práctica constructiva se remonta a la época romana. Otra enorme ventaja de esta técnica es que hablaríamos de un producto kilómetro cero, ya que se podría esquilar las ovejas al lado del propio camino y a continuación echar los vellones como base, puesto que, para este uso, la lana no requiere de ningún tratamiento adicional.
Con todas estas posibilidades, ¿qué estamos haciendo tirando o desaprovechando millones de toneladas de lana cada año de las que todos podríamos beneficiarnos?
Afortunadamente, van surgiendo nuevas iniciativas no sólo para devolver a la lana su “dignidad” como material sino para posicionarlo como una opción sostenible de futuro.
Incluso ya se dan atisbos en algunas instituciones de muestra de interés, sirva como ejemplo el apoyo del Gobierno y Consell Balear a las Cooperativas Agroalimentarias para utilizar la lana como material aislante, o el desarrollo de un proyecto europeo LIFE para abordar la sostenibilidad en el proceso del lavado, asignatura pendiente en su proceso de transformación.
Es imprescindible que desde las administraciones se apoyen iniciativas tanto de desarrollo rural para estimular negocios en torno a la lana en nuestros pueblos, como la inversión en I+D para implementar usos alternativos de la lana a gran escala como material innovador. O, más bien, “retroinnovador” puesto que se trata de devolverle a la lana el papel protagonista que tuvo durante siglos.
El futuro de la lana es innovación y aprendizaje
El potencial de la lana no pasa desapercibido para algunos innovadores que se atreven a apostar por nuevas aplicaciones, como es el caso de la empresa neozelandesa Shear Edge que aprovecha la ligereza e impermeabilidad de esta materia prima de bajo coste para producir un material capaz de desbancar al plástico en la construcción de pequeñas embarcaciones, instrumentos de cocina y otros utensilios.
En nuestro entorno, iniciativas como LanaLand —proyecto de Interreg de cooperación entre entidades vascas y francesas— busca el desarrollo de soluciones tecnológicas para la utilización de lana local en sustitución del plástico y otros contaminantes. En esa misma dirección de revalorización de la lana local se alinean empresas como Ternua, que junto con Mutur Beltz han creado una línea de ropa deportiva, o la empresa mallorquina Yuccs que se ha posicionado como un referente en cuanto al uso de la lana en el calzado.
Asimismo, otras iniciativas más pequeñas, pero no menos importantes, han empezado a surgir por todo el territorio nacional. Desde Trashumancia y Naturaleza intentamos recogerlas y darles visibilidad en nuestro mapa de la trashumancia donde, junto a la lana, también se puede localizar el punto de venta directa de otros productos de pastoreo.
Algo que no debemos olvidar es que para que haya lana tiene que haber rebaños y, sobre todo, pastores y pastoras que puedan desarrollar su oficio.
Hoy por hoy, siguen siendo el punto más vulnerable de la cadena y el apoyo a su labor por parte de las políticas públicas aún necesita de una enorme mejora. Y ello es en parte responsable de que la lana abunde en los vertederos más que en las cadenas de producción.
La pérdida de valor y reconocimiento de la lana también viene de la mano de la pérdida de valor y reconocimiento de la ganadería familiar y del pastoreo, y la aún escasa conciencia social sobre el papel que desempeñan estos sistemas ganaderos para la supervivencia de nuestro medio ambiente y economías rural y urbana.
Por eso ahora es fundamental trabajar en alianzas que hagan crecer el conocimiento de las posibilidades de la lana como material de futuro y los sistemas ganaderos que la producen como herramienta con una función social irremplazable.
En este sentido, reconstruir la cadena lanera para reestablecer el puente entre producción, elaboración y consumidores es objetivo prioritario, así como fomentar las pequeñas iniciativas de usos de la lana ya sea en el campo textil o en otros.
Segunda celebración del Día Europeo de la Lana
Los problemas a los que se enfrenta el mundo de la lana no son exclusivos de España sino que aparecen como una constante en todo el continente Europeo.
En un efecto dominó se han ido perdiendo los eslabones de cadena de transformación, cerrándose lavaderos y empresas textiles, y cediendo el control y el valor de la lana local en favor de grupos industriales de fuera de Europa.
Lógicamente, los efectos perniciosos sobre la economía, el medio ambiente y las personas de los países afectados han sido también similares, con una pérdida de valor generalizada de la lana europea.
Es probablemente este mal común lo que ha catapultado las ganas de pensar juntos para encontrar soluciones y es así como nació el Día Europeo de la Lana, que se celebró por primera vez el año pasado.
Este año, su promotor, la European Wool Exchange Foundation propone seguir construyendo sobre el éxito de la primera convocatoria, y el próximo día 9 de abril se pondrán en marcha múltiples actos y acciones a fin de dar visibilidad a la situación de la lana europea.
Entidades dedicadas a la innovación textil y artesanía, tejedoras, ganaderías y otras organizaciones que apuestan por la revalorización de la lana y que conforman la alianza para el empoderamiento de sus usuarias, se darán cita en un encuentro virtual que se completará con actividades en varios países.
Este año el lema es “Bienestar, educación y arte”, haciendo hincapié precisamente en su uso en la artesanía textil como fibra natural de gran valor social y ambiental.
Este año, además, es España el país organizador, tomando el relevo a Italia que lo hizo en 2021. Es por ello que desde Trashumancia y Naturaleza estaremos apoyando de cerca a la Asociación de tejedoras sociales IAIA.org, organización coordinadora de la EWE en España.
Y, como en la anterior edición, seguiremos tejiendo redes y generando alianzas, debates y actividades que pongan a la lana en el puesto que merece.
Y seguiremos insistiendo, como rezaba el lema del año pasado, en que “la lana no es un residuo: es el futuro”, alentadas por la esperanza de que cuando miremos las etiquetas de nuestra ropa podamos sentir que estamos contribuyendo a construir un mundo mejor.